Vivimos en una sociedad que idealiza o lapida, que se mueve entre los
extremos más absolutos y categoriza las cuestiones en blanco o negro. Y
llegados a este punto sería interesante asumir una realidad: condenar el
progreso sería olvidarse de que la medicina moderna nos permite vivir
tres veces más tiempo que nuestros antepasados, pero idealizarlo sería
olvidarse de las modernas guerras tecnológicas.
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El precio del progreso: los ancianos venerables
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