Hace unos seis o siete mil años en Mesopotamia se dieron las condiciones
óptimas para que el ser humano inventara el vino. Crecía la vid,
acabábamos de aprender a hacer preciosas vasijas de barro y por aquel
entonces las comidas familiares ya eran inaguantables: era una señal para que empezáramos a exprimir las uvas. Y fuimos transmitiendo ese savoir faire de generación en generación.
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Exprimiendo (aún más) las uvas
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