«Amigo, tú que tienes experiencia de estas cosas, me dirás lo que debo
hacer». A lo que el hombre contestó: «No tienes que hacer más que
pasearte, mover las piernas; entonces te tiendes en la cama y el veneno
producirá su efecto». Así diciendo, entregó la copa a Sócrates, quien la
tomó con gesto amable, y sin inmutarse miró al carcelero y le dijo:
«¿Crees tú que puedo hacer una libación a algún dios con el veneno?». El
hombre respondió: «Preparamos, Sócrates, solo la cantidad que juzgamos
necesaria». «Comprendo —repuso Sócrates—; no obstante, antes de beberlo
quiero y debo rogar a los dioses que me protejan en mi viaje al otro
mundo». Y tomando la copa, sin vacilar, bebió el veneno.
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La última bebida de Sócrates
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