Cuando
doy charlas en las que sale a relucir el concepto de Quimiofobia, suelo
decir muchas veces que una parte importante de que esa fobia se esté
implantando de forma creciente en nuestro entorno se debe a los propios
químicos. Y no me refiero a negligencias que hayamos cometido, a los
intereses bastardos de la industria química u otras retahílas habituales
en lugares quimiofóbicos. La parte de culpa a la que me refiero tiene
que ver con el hecho de que hayamos sido capaces de poner en el mercado
potentes técnicas analíticas que parecen indicar, al que no conoce bien
todos los parámetros, que un universo de sustancias químicas nocivas nos
rodea y perjudica.
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La vamos a liar con estas pulseras
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