En la oscuridad previa al amanecer del 16 de octubre de 1987, el
teléfono sonó en Altadena, Califòrnia, en el dormitorio de Donald Cram,
propietario de un negocio de limpieza de alfombras. Con voz aguda, un
desconocido felicitó al soñoliento Cram por haber ganado el Premio
Nobel. Pensando que era un amigo suyo altamente conocido por sus bromas,
Cram colgó. Pero el hombre de acento extraño llamó de nuevo e insistió
en que el trabajo de Cram en estructuras moleculares había ganado, de
hecho, el máximo reconocimiento en el mundo de la ciencia. Fue entonces
cuando el ex químico se dio cuenta de que su frustrado interlocutor
quería hablar con el otro Donal Cram de Los Ángeles, que enseñaba en la
Universidad de California de Los Ángeles y no tenía su número de
teléfono escrito en la guía.
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El hombre que no estuvo ahí: de candidato al Nobel a chófer de furgonetas
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