Imaginad una flauta tocando piano. No, perdón: imaginad una flauta tocando más bien flojo
—pretendo evitar en vuestras mentes la imagen un tanto absurda de una
flauta rozando un piano en plan cariñoso. ¿No lo estoy consiguiendo? Ah,
ya: «no penséis en un elefante rosa». Vaya. Permitidme empezar de
nuevo.
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La ingeniería de las flautas (1/5)
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