Cuenta Andrea Wulf en su biografía sobre Alexander von Humboldt, que mientras exploraba las selvas de Sudamérica el naturalista alemán probaba el agua de los distintos ríos "como un entendido en vinos".
El Orinoco le resultaba "desagradable", mientras que el río Atabapo
estaba "delicioso". Unos años antes, mientras trataba de encontrar un
paso al sur de las Indias, Magallanes se
internó en el Río la Plata y no se dio cuenta de su error hasta que no
se dio un trago de agua dulce. Han pasado varios siglos y algunos
científicos siguen probando el sabor del agua en busca de respuestas.
"Cuando pruebas las aguas ácidas y ferruginosas de la Cascada de los
Colores en la Caldera de Taburiente", explica Carlos Briones, investigador de Centro de Astrobiología (CSIC-INTA), "ese sabor a medio camino entre el zumo de limón y la sangre no se te olvida nunca".
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Lo que los científicos se llevan a la boca
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