Al principio, hasta el Renacimiento, eran las fiebres y, después y a la
vez, según el lugar, era la malaria o el paludismo. No tenía cura y las
mezclas para aliviar las fiebres, hasta el siglo XVII, eran variadas,
extrañas, bárbaras y hasta milagrosas. Entonces llegó de Sudamérica, a
través de los jesuitas y del Vaticano, el remedio indígena para las
fiebres. Era la corteza del árbol de la quina, los llamados “polvos de los jesuitas” o “polvos de la condesa”,
por la intervención que tuvo, quizá, la Condesa de Chinchón, esposa del
Virrey del Perú, en su llegada a Europa. Pero la medicina oficial tardó
dos siglos en aceptar el remedio americano. Lo habitual entonces era
purgar y sangrar al enfermo.
link:
Historias de la malaria: El charlatán y caballero Sir Robert Talbor
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