Octubre de 1988. El grupo de pipiolos que empezaba ese año la carrera de
Ciencias Químicas en la Universidad de Murcia esperaba nervioso que
entrase por la puerta el profesor que nos iba a explicar la asignatura
de Física. Debo reconocer que estábamos un poco asustados. Habíamos oído
hablar mucho de él pero nadie lo conocía. Decían que era muy alto, con
aspecto de ogro y de avanzada edad. De pronto la puerta se abrió y entró
un chaval con cara de adolescente que solo tendría unos pocos años más
que nosotros. Se subió al estrado y dijo: “Hola, me llamo Rafa García Molina y voy a ser vuestro profesor. Empezamos”. Nos quedamos muertos.
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Un físico en la ópera
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