El seis de septiembre de 1522, la nao Victoria arribó a Sanlúcar de
Barrameda tras completar la primera circunvalación del globo terráqueo.
Poco quedaba de la orgullosa “Armada para el Descubrimiento de la
Especiería” que había iniciado la singladura tres años antes. Cuatro
barcos y más de doscientos expedicionarios, incluido su capitán Fernando
de Magallanes, habían quedado atrás víctimas de múltiples y muy
variadas adversidades. De hecho, la escena que contemplaron los
sanluqueños que ese día andaban por el puerto tuvo que causar espanto,
una nave completamente desvencijada avanzando penosamente bajo el
gobierno de una tripulación de dieciocho marinos tan famélicos que
apenas se sostenían en pie. Con Juan Sebastián Elcano a la cabeza, eran
los supervivientes de una infernal última etapa que habían comenzado
sesenta hombres en las Islas Molucas y en la que habían navegado
dieciséis mil kilómetros sin apenas escalas para ocultarse de los barcos
portugueses que pretendían apresarlos.
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Cautivos del desierto azul
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