Como ocurre con un organismo entero, las células que componen nuestro
cuerpo tienen un periodo de vida limitado. Al menos cuando se estudian
aisladas en el laboratorio -en recipientes de plástico y con medios de
cultivo definidos, dentro de incubadores con temperatura y concentración
de oxígeno fijas- las células son capaces de completar rondas de
división celular que dan lugar a dos células hijas de cada vez, de
manera más o menos continua y constante. Pero esta capacidad cesa tras
un cierto número de divisiones característico del tipo celular y la
especie de la que provengan, quedando las células en una especie de
letargo en las placas en las que se crecen.
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Senolíticos, la fórmula rejuvenecedora
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