Aunque pareciese imposible, en Munich,
Lenin se radicalizó aún más. Sus artículos en Iskra se distinguieron por
sus ataques, ya no tanto al régimen zarista, sino a aquellos
socialistas que no coincidían con él. Bastaba una ligera “desviación”
para que Lenin los llamara “vendidos”, “pelotas”, “lacayos”. Para Lenin
sólo había una teoría, la suya; un camino, el suyo.
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Lenin, revolucionario.
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