Carl Sagan
temía que sus nietos vivieran en un Estados Unidos cuyos ciudadanos
carecieran de “la capacidad de establecer sus prioridades o de
cuestionar con conocimiento a los que ejercen la autoridad”. “Con las
facultades críticas en declive, incapaces de discernir entre lo que nos
hace sentir bien y lo que es cierto, nos iremos deslizando, casi sin
darnos cuenta, en la superstición y la oscuridad”, auguraba el
astrofísico en El mundo y sus demonios
(1995). Evitarlo pasaba, en su opinión, por enseñar en la escuela
“hábitos de pensamiento escéptico”, aunque eso supondría que las nuevas
generaciones acabarían cuestionando más que los ovnis y a los videntes.
“Quizá desafiarán las opiniones de los que están en el poder. ¿Dónde
estaremos entonces?”, se preguntaba al final del libro.
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