El 23 de mayo de 1967 los radares del sistema de detección temprana de misiles balísticos de Estados Unidos (BMEWS) sufrieron un apagón repentino.
De pronto, todo el sistema destinado a detectar un posible ataque
nuclear por parte de la Unión Soviética desde el Ártico parecía estar
siendo interceptado o saboteado, lo que se consideraba en sí mismo un
acto de guerra. En cuestión de segundos, el ejército puso en marcha el protocolo estrictamente establecido para un caso como éste. La Fuerza Aérea colocó a sus bombarderos
en situación de alerta y los sistemas de misiles que apuntaban a la
URSS se pusieron en preparación para el lanzamiento. Pero un instante antes de que se desencadenara la tragedia alguien consiguió hablar con el alto mando y se detuvo la escalada: el ataque no procedía de los soviéticos, sino de un gigantesco estallido en la superficie del sol.
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La tormenta solar que casi desencadena la Tercera Guerra Mundial
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