Al poco de nacer nuestro cerebro aprende a asignar clases a los objetos,
de forma que reconocemos una silla, un coche o una nube. Previamente
hemos adquirido la idea de esas clases y somos capaces de generar nuevas
clases para etiquetar nuevos objetos. Pero en ocasiones la complejidad
de los datos hace difícil la clasificación y es necesaria la
intervención de ordenadores y algoritmos que dividen los elementos
individuales en distintos grupos, bien conociendo previamente las clases
posibles (lo que se conoce como clasificación supervisada), o bien sin
saber a priori en qué grupos podrá finalmente dividirse el conjunto de
datos (no supervisada, sin conjunto de entrenamiento). El agrupamiento
de datos o clustering suele hacer referencia a esta última variante. Veamos un ejemplo.
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Ordenando cementerios y guarderías de hormigas
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