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lunes, 19 de diciembre de 2016

Ordenando cementerios y guarderías de hormigas

Al poco de nacer nuestro cerebro aprende a asignar clases a los objetos, de forma que reconocemos una silla, un coche o una nube. Previamente hemos adquirido la idea de esas clases y somos capaces de generar nuevas clases para etiquetar nuevos objetos. Pero en ocasiones la complejidad de los datos hace difícil la clasificación y es necesaria la intervención de ordenadores y algoritmos que dividen los elementos individuales en distintos grupos, bien conociendo previamente las clases posibles (lo que se conoce como clasificación supervisada), o bien sin saber a priori en qué grupos podrá finalmente dividirse el conjunto de datos (no supervisada, sin conjunto de entrenamiento). El agrupamiento de datos o clustering suele hacer referencia a esta última variante. Veamos un ejemplo.

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