Siempre me han fascinado las noticias que nos llegan, de cuando en
cuando, en las que envueltos en un montón de mantas viejas aparecen
cuadros de artistas de talla mundial olvidados, perdidos, en algún
rincón, para sorpresa de los propietarios. Sorpresa que no hace más que
aumentar cuando conocen las valoraciones económicas —que en algunos
casos superan las siete cifras— y hacen que estos se froten las manos
ante la próxima subasta. Al final de algo sirvió guardar los trastos del
abuelo. Este es el caso real de la obra encontrada en 2004 en un
trastero de París (aunque la historia de cómo pudo suceder ha sido
inventada) Judith decapitando a Holofernes, atribuida a Caravaggio. Y no es la única.
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El color del tiempo
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