Aunque la historia había empezado mucho antes, trasladémonos a 1962.
Aquel año, el equipo de Osamu Shimomura, que estudiaba la
bioluminiscencia de la mencionada medusa, fue capaz de aislar de ella
una proteína luminiscente denominada aequorina. Junto con esta proteína,
por casualidad, coaislaron otra de gran importancia. Una década después
se confirmaba que esta otra proteína podía emitir luz fluorescente de
color verde (de ahí que se le llame GFP por sus siglas del inglés: Green Fluorescent Protein). Sin embargo, tuvieron que pasar dos décadas hasta que el equipo de Douglas Phraser clonara el gen original de la GFP.
link:
Ojos para lo infinitesimal V: La vida en llamas
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